DE LA TRADICIÓN RUSA DEL SIGLO XIX A LOS BALLETS RUSOS DE DIAGHILEV EN EL S.XX. CHAIKOVSKY. FALLA. STRAVINSKY
Junto a la ópera y la zarzuela, la música para la escena se completa con las artes que se basan en la expresión corporal de la música: el ballet y la danza. La danza, como todas las demás artes, tiene un primer origen mágico y religioso. El arte nos ha dejado abundantes testimonios de la importancia que tuvo en las culturas antiguas. Existen hermosas representaciones con danzas de todo tipo en Egipto, Grecia y Roma. Platón la eleva a una categoría superior al considerarla como una parte de la educación en la infancia y no hay que olvidar que el concepto griego de musiké engloba lo que para nosotros son tres artes separadas: música, poesía y danza.
En la Edad Media y el Renacimiento la danza juega un papel importante: ceremonial, protocolario y de relación entre los sexos. No en vano los dos manuscritos más antiguos que contienen música instrumental son de danza: Le manuscrit du Roi (s. XIII) y el títulado Istampitte (s. XIV). En ellos vemos la preponderancia de la llamada estampida, que al parecer se bailaba en corro, y también la existencia de danzas por parejas (lenta-rápida), emparentadas melódicamente, cosa que en el Renacimiento se hará habitual mediante las parejas de pavanas (danza lenta o baja danza) y gallardas (danza rápida o alta danza). [Visita la página de CINCO SIGLOS sobre música medieval de danza] La danza se vuelve ballet cuando se convierte en espectáculo; y esto ocurre a finales del Renacimiento en las cortes italianas y en la corte francesa. Así comienza la música de ballet más temprana, el Ballet Comique de la Reine, que se representa en París en 1581.
El Barroco (ss. XVII y 1ª ½ del XVIII) es la apoteosis de la danza. Muchas de las danzas de los ballets de corte (espectáculo a base de danzas enlazadas por una débil trama argumental), como la alemanda, la zarabanda, la gavota, la bourrée, el minueto y la giga, formarán la base de una de las más importantes formas instrumentales de la época: la suite. En el Clasicismo (segunda ½ del s. XVIII), el espíritu ilustrado llena de contenido el ballet, a través del ballet de acción, impulsado por Jean Georges Noverre a través de un libro revolucionario: Cartas sobre la danza y el ballet
(1760). En el ballet de acción la danza y la mímica se ponen al servicio de la expresión de una idea, de un tema, sin necesitar de una explicación cantada o hablada.
El inicio del ballet del Romanticismo tiene dos momentos importantes: el estreno de la ópera de Meyerbeer Roberto el Diablo y el del ballet La sílfide. En ambas obras actuaba la bailarina María Taglioni, quien inventó el baile sobre puntas y popularizó el vestuario luego habitual en el ballet clásico. Más completo aún que La sílfide es el famoso ballet Giselle, con música de Adolphe Adam, que tiene una primera parte realista y una segunda fantástica, por lo que el bailarín
ha de unir todas las técnicas del baile. A mediados del siglo XIX decae la danza a pesar de que en aquel tiempo se produce un ballet famoso, Coppelia (1870), con música de Leo Delibes. Pero
dentro de esta decadencia un país surgía con fuerza, Rusia. Allí viajaban los maestros de ballet franceses desde comienzos del siglo XIX. En ese tiempo Rusia aporta fundamentalmente la incorporación de la figura masculina. El coreógrafo Marius Petipá crea espectáculos de gran exigencia técnica. Tuvo la suerte de colaborar con músicos de la importancia de Chaikovsky, quien le compuso: La bella durmiente, El cascanueces y El lago de los cisnes. Ahora lo importante es que Rusia, y concretamente la ciudad de San Petersburgo, había arrebatado a París la capitalidad de la danza, y asistimos con ello al final de una época, porque el ballet había llevado la perfección técnica y el virtuosismo a su cumbre más alta; era preciso un cambio, y éste es el que lleva a cabo el reformador Fokine y Sergio Diaguilev.
En 1909, Diaguilev organiza la Compañía de los ballets rusos, que se presenta en mayo de ese año en París dando lugar a una verdadera revolución de la danza. Sus cambios se basan en un estudio de todos los detalles (escenario, pintura, música, vestuario) dándoles una importancia por igual y en una liberación de los pasos de danza, que ahora no obedecerán tanto a reglas preestablecidas como a la propia música. En este sentido, todo el cuerpo del bailarín, y no sólo pies y brazos, tendrá valor expresivo. También se cuida mucho la coreografía de los grupos. Las nuevas ideas se plasmarán en una serie de ballets, todos ellos de Stravinsky: El pájaro de fuego, Petrushka, y sobre todo, La consagración de la Primavera (1913), cuyo estreno originó una verdadera batalla campal.
La primavera de 1916 Madrid y su Teatro Real disfrutaron de la presencia de Serge Diaghilev y sus Ballets Russes, que programaron dos de las mencionadas obras de Stravinsky, presente también en el coliseo madrileño. Falla escribió un elogioso artículo sobre el compositor. Diaghilev, por su parte, se entusiasma al oír Noches en los jardines de España de Falla, solicitándole sin
éxito una adaptación para ballet. También se interesa en este sentido al conocer los trabajos ya avanzados de la pantomima El Corregidor y la Molinera en la que Falla trabajaba y que se estrenará en la primavera de 1917. La presencia de los Ballets Russes en España, así como la de Diaghilev, Stravinsky, Ansermet, Rubinstein, etc. acompaña a Falla en su nueva aventura: transformar esta pantomima en un ballet. El resultado será El sombrero de Tres Picos, en el que
colaborará también Picasso en los decorados.
Falla aporta al ballet otras dos obras importantes. El Amor Brujo, con ser sólo una suite de danzas ajenas al mundo del ballet clásico o moderno, fue llamada modestamente por su autor gitanerías, para no comprometerse en definiciones. La otra es La vida breve.
La propia variedad de los ballets de nuestro autor más universal nos muestra lo inabarcable del mundo de la danza y los infinitos matices de este arte que se basa en trasladar al cuerpo las vibraciones de la música.
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